Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Lágrimas
Primavera. Últimas horas de la tarde. Ella era muy
joven. Venía hacia el lugar donde yo estaba sentado como una estatua fija. Andaba con
lentitud, casi con parsimonia. Me incorporé. Nos conocíamos desde hacía algún tiempo, pero
apenas habíamos hablado en un par de ocasiones. La noté compungida. Deduje que estaba enamorada
y, en efecto, me susurró que acababa de discutir con su pareja. No sabía qué
hacer ni dónde refugiarse. Me miró como pidiéndome socorro. Yo abrí los brazos
y se echó confiadamente en ellos. Finalmente, rompió a llorar de forma
incontenible. Las lágrimas le caían por las mejillas como ríos zaheridos por la
tempestad. Sus defensas eran muy débiles. Yo podía haber sorbido su llanto y
ella no hubiera ofrecido resistencia. Me contuve. Sabía que los torrentes que
salían de sus ojos me hubieran conducido inexorablemente hacia sus labios y,
traspasar esa barrera, nos hubiera hecho daño a los dos.
Mariano Estrada
Del almario de los buenos recuerdos
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