Los ojos de Lidia
Llámame insistencia
Llevaba un día gris en la expresión intensa de la cara. Pero no era un lunes, sino una honda y acerada pena. Entonces la miré y le dije:
-Tienes los ojos tremendamente claros, tanto que se ve la lejanía en la que habitas. Pero tú te muestras oscura como las tormentas del atardecer y tu frente está llena de tribulación ¿Dónde quedan los brillos contagiosos de la luz, los alargados labios de la risa, los brotes alegres del deseo que se ofrecían ingrávidos a la primavera, la ternura de los sueños aterciopelados en el silencio nocturno de las almohadas? ¿Dónde está la voz que promovía canciones de felicidad allí donde reinaba el desconsuelo y la tristeza? ¿Puedo contemplarte con los ojos de la interrogación, entreabriendo los labios para que adquieran realidad las intuiciones? Y si es así, dime: ¿puedo llamarte noche interminable, velo pertinaz y declaradamente opaco? ¿Puedo llamarte venda, apagón, eclipse, fotografía del subsuelo…? O, más sencillamente: ¿puedo llamarte sombra?
-No, llámame tan sólo contraluz. O, si así lo prefieres, parpadeo.
-¿Puedo llamarte llanto prolongado, lágrima profunda y permanente?
-No, llámame lluvia del corazón, llámame pena transitoria y deseo insatisfecho, llámame agua condolida o atribulada...
-¿Puedo llamarte hoyo, desolación, piedra enterrada en el desierto?
-Jamás, llámame esperanza que muere y resucita, llámame terquedad innumerable e ilusoria, llámame herida que no cura... Pero llámame, sobre todo, persistencia. Porque yo estaré de pie después de que los vértigos se hayan estrellado en los precipicios, después de que las brisas hayan despejado los nubarrones.
-¿Hasta quedarte sola?
-No, hasta alcanzar la plenitud o nube donde viven, insobornados, los rebeldes.
23-10-2006
Mariano Estrada, del libro Los territorios de la inocencia (2014)
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