Buganvillas en el Montiboli, Villajoyosa. Foto MEstrada
Esponsalias
Estoy
aquí, mirad,
como árbol
numeroso,
varado en
este mar de buganvillas,
curtido
por la sal
y por
los vahos del romero.
¿Podéis
oír mis silbos?
Subid
al malecón, templad la vista.
¿No veis
mi corazón en los tendales,
mi verso
en las sirenas y el naranjo,
mi hálito
en la cofa?
Oíd,
soy viento
solícito
y amante,
ascendido
a la luz y a las espumas,
nacido a
los almendros y a su blanca mirra,
anclado
en el cantil
donde el
rocío se diluye
y el
témpano fenece.
¿Me
oís, palmeras, algas,
telúricas
raíces, pulpas
de baya
litoral?
¿Me
habéis reconocido, estibadores,
hermanos
de la lonja y la almadraba?
Subid
al malecón, templad de nuevo
la vista,
recorred el mástil…
¿No veis
ese empedrado de gaviotas
con sus
alas de dulce botadura?
¿No veis
que –sueltas las amarras-
se han
abierto la dársena y los puentes?
¿No veis,
en fin,
la albórbola
nupcial, la absenta
derramada
en la amura de estos versos?
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